Saturday, August 04, 2007

Sumo y sigo

Desciendo el último peldaño de una escalera que no es tan alta; pero que en noches de cansancio se hace igual de interminable que aquellas que sí lo son.
Veo a la misma Señora de todas las noches vendiendo sus arrollados primavera (chilena por cierto), protegida por el chico en bicicleta que imagino es su hijo. Puedo imaginar donde se verá reflejado el sacrificio de esa Señora que; sin importar el frío que haga, ella estará ahí todas las noches. Nunca le he comprado uno, porque de la comida china es lo que menos disfruto, quizás si vendiera sopaipillas sería yo un cliente frecuente.
Voy de regreso a mi hogar, y además de haber descendido del último escalón, de una escalera que no es tan alta, pero que en noches de cansancio se hace igual de interminable como si lo fuera...he descendido del metro, de ese que te cuida, que te pide no te cagues con tu metro cuadrado, que te dice no puntees a la Señora, ¡no se apoye en las puertas!, ¡párate pendejo de mierda que obstruyes la salida!, ¡estación terminal, abajo todos los conche su madre!, ¡no se jale la línea blanca; amarilla, perdón!, ¡atrás huevones de mierda que se inicia el cierre de puertas!, ¡no hable!, ¡no respire!, ¡NO PIENSE!. ¡El metro te cuida, cuida el metro!
¡Uf!, pensé que no acabaría nunca, y como si fuera poco, el semáforo de mierda fue "incapaz de ponerse rojo" e hizo que se me pasara el último bus de trasbordo; bueno, no es el último, pero es como si lo fuera, a esa hora -once de la noche- se demora más de media hora en pasar. Otras veces lo espero, ¡ésta vez?, no!, además deseo pensar. Pensar en cosas tan sencillas como que subir a mi blog; por ejemplo.
Volví de mis vacaciones, (de las que no hablaré. Lo pasé bien, me relajé, me desconecté, pero punto, no se habla más). Retomé mis clases en la universidad, (de las que no hablaré. Nuevos ramos, otros más pel-udos que otros, uno que otro compañero nuevo, pero punto, no se habla más). También volví a trabajar, (de lo que no hablaré. Mis compañeros dicen que me extrañaron. Unos me encontraron más gordo; otros más flacos, ¡ya poh, pónganse de acuerdo, ojalá en que estoy más flaco. El mismo amor platónico y prohíbido de siempre, pero punto, no se habla más).
Así que eso, como quería pensar y la micro me dejó, -por suerte no fue el tren-, decidí caminar por las verdes avenidas, -¡Shiaaaa...Ojalá-, llegas a una esquina y no falta quien te pregunta; -¡¿Quién es Shile papi...?!- y tú tienes que responder, -Colo-Colo poh papi-. Pero esta noche me siento protegido, no por mi ángel de la guarda, que ese lo protege a uno cuando es inconsciente del miedo, o cuando te arriesgas una madrugada de sábado a volver en estado de total ebriedad a tu casa, para esas instancias es contratado el ángel de la guarda.
En cambio yo esta noche voy envuelto por una especie de invisibilidad, (ojo, invisibilidad, de "invisible", no imbécilidad de "imbécil"). Será mi abrigo rojo de cuero que nadie se atreverá a robar; porque estoy seguro nadie se atrevería a usar; o es la esterilla en la que hago yoga la que irradia una luz especial la que me logra cuidar. No lo sé, el punto es que medito, medito acerca de qué escribir, en como cada noche de viernes y fin de semana me invaden la soledad. Soledad que en la vorágine de los días de semana no dejo entrar porque estoy demasiado ocupado. Hasta hace poco renegaba de ella, no la comprendía, me martirizaba y víctimizaba pensando de por qué a mí, trataba de acallarla como la Señora Dalloway de Virginia Woolf que "siempre hacía fiestas para cubrir los silencios".
Pero por fin comprendí, y así me lo hizo saber un maestro que llegó a mi vida, que a la soledad hay que dejarla entrar, que penetre en nosotros; sentirla como también se siente la felicidad.
Sólo hubo una situación en mi retorno a casa que perturbó mi paz. Un par de perros callejeros que me intimidaron con sus miradas y de los que temí un ataque. Imagino me miraron así porque en este tránsito también yo soy uno de ellos.